Texto de hoy: Al día siguiente, Juan vio a Jesús que venia hacia el, y dijo: “! ¡Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” Juan 1:29.
Pocos escucharon la voz del Padre en el bautismo de Jesús, pero Juan la reconoció como la señal prometida que identificaba al salvador del mundo. Profundamente conmovido, supo que había bautizado al Mesías. En seguida, Jesús se fue al desierto, y mientras tanto, Juan estudiaba las profecías mesiánicas. Días después, contemplando una vez mas a la multitud que se agolpaba a orillas del rio, descubrió a Jesús. Como Jesús no se identifico, Juan dirige la atención de la gente hacia el diciendo: “Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros esta Aquel a quien vosotros no conocéis. Este es el que viene después de mi, de quien no soy digno de desatar la correa de su sandalia” (Juan 1:26,27). Los dirigentes judíos se sorprendieron. ¿El Mesías, aquí, entre nosotros ahora? Con asombro, los gobernantes y sacerdotes miraban en derredor suyo esperando descubrir a aquel de quien había hablado Juan. Pero no se distinguía entre la multitud.
Al día siguiente, juan vuelve a ver a Jesús entre la multitud y lo identifica como el cordero de Dios. Algunos creyeron, pero otros dudaron o rechazaron la idea. El hombre que Juan señalo llevaba vestimentas humildes. No daba señales de ser el libertador que ellos esperaban. Después de pasar 40 días en el desierto, su rostro parecía mas pálido. Sin embargo, el rostro de Cristo era único, porque emanaba un amor que se podía ver, aunque no hablase. La gente pronto percibió en Jesús a una persona hermanable, humilde y compasivo. Pero también parecía rodeado de un aura de poder espiritual. ¿Sera este el Cristo, el Mesías prometido que nos librara del yugo romano, y restaurara el reino de Israel? Esto es lo que ellos querían escuchar.
El reino que Cristo vino a establecer era opuesto al que los judíos deseaban. Este era un reino espiritual; el reino de la gracia. Cuando hablamos de gracia, estamos diciendo que el nos acepta en su reino tal como somos, pero le importamos demasiado para dejarnos así. Y, en contra de lo que algunos piensan, no necesitamos ser “buenos” para que nos conceda su gracia. La que necesitamos es aceptar su gracia para llegar a serlo.